martes, 13 de enero de 2009

TENGO UN PODER

Hace tiempo que lo sospechaba, pero hoy lo he confirmado: tengo un poder. O un don. A veces me alegro de tenerlo y otras veces me arrepiento, pero es lo que hay y tendré que vivir con ello. Mi don es el siguiente: sin esfuerzo alguno por mi parte, gente a la que acabo de conocer se ve obligada a contarme detalles íntimos de su vida a los dos minutos de entablar conversación (y esta conversación suele ser de los temas más tópicos, pero acaba derivando a confesiones privadas en pocos segundos). Esto me pasa cada vez con más frecuencia, y no recuerdo haber recibido ninguna picadura de animal radiactivo, ni exposición a minerales extraterrestres, pero es la única explicación que se me ocurre para que en una semana al menos cuatro personas me hayan detallado escabrosos detalles de sus profesiones, sus parejas o familiares o de sus viajes, sin mediar preguntas específicas, ni provocación, ni nada.

Hoy mismo, un tipo al que conozco porque es el guardia de seguridad a la entrada de un edificio público al que voy a menudo por trabajo, me ha estado contando que en un viaje que hizo con un grupo de aficionados al deporte acabó en un chalet lleno de señoritas eslavas de nada dudosa profesión. Le tuve que interrumpir cuando empezó a detallar las tarifas. Juro que sólo le pregunté qué tal las fiestas de Navidad, y de ahí en adelante habló él. Sé que entre hombres este tipo de chorradas se dan más, pero siendo yo mujer me resulta chocante e inesperado, y si le hubiese animado un mínimo me cuenta hasta el color de las sábanas, el tío.

Hace unos cuatro días otro tío me cuenta las broncas que tiene con su mujer (y socia en la empresa) por los despilfarros monetarios de ella frente a la prudencia económica de él, incluyendo el precio de sus últimas compras de ropa.

El otro día fui a dejar una factura a otra empresa y la secretaria, a la que nunca había visto antes, me narró el traumático parto de su hermana desde que rompió aguas hasta que al marido le aplicaron sedantes (ocurrió lo peor), una de las historias más tristes que he oído.

Por favor, me gustaría saber si esto le pasa a todo el mundo o sólo a mí, que nunca cuento nada y menos con detalles que creo que no deben salir de casa. Tengo la sensación de que se me nota en la cara la sorpresa de estar escuchando algo que no debería saber, cuando me veo en estas situaciones. Lo de que tengo poderes se perfila como la explicación más sencilla. De verdad que no hago nada por producir esta conducta.

La otra explicación posible es que la gente es cada vez más bocazas y exhibicionista. Pero me cuesta creer que tanta gente esté frita por contar los detalles de sus historias a la primera persona que les da los buenos días (soy de las pobres ingenuas que aún siente vergüenza ajena cuando ve a la gente en la tele contando su vida, y que no quiere ser famosa saiendo en Gran Hermano).

3 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Puede que mucha gente se sienta menos verguenza contando algo íntimo a un desconocido.

Fenster dijo...

No sé, son demasiados casos seguidos. Ayer tuve que ir otra vez al local del tipo que se embronca con su mujer y fue muy desagradable, más de dos horas oyéndole insultarla y a ella contestarle. Es muy violento...