martes, 17 de junio de 2008

ME GUSTA EL CINE, POR ESO NO VOY

Entre las historias de mili que me contaba mi padre hace siglos, una me gustaba más que las demás y me viene al pelo para explicar el título de esta entrada. Parece ser que estando de servicio militar allá por tiempos de Maricastaña, uno de los compañeros con los que mi padre compartía barracón (o lo que fuese) logró introducir en el cuartel una botella de coñac Napoleón, que al parecer es de lo mejorcito y para ellos, con diecinueve años y pardillos de mili, no digamos ya. Total, que el propietario de la botella decidió muy generosamente compartirla con los compañeros, y se repartieron vasos de plástico, tazas y cuencos para cogerse una buena moña. Pero uno de los compañeros rechazó el vaso de plástico. Los demás le preguntaron:
- Qué te pasa, ¿es que no te gusta el coñac?

A lo que el chico contestó:

- Me encanta. Por eso no voy a bebérmelo así.


Esta misma filosofía la aplico yo a mi cada vez más escasa asistencia al cine. Creo que hay que mostrar un respeto hacia aquello que nos gusta y nos da un placer; el ritual lo es todo en muchas ocasiones. Los que me conocen saben que el cine es una de mis mayores aficiones; me gustan muchos géneros distintos, y además me encanta el ritual de ir en sí tanto como ver la película: la cola de la entrada, comentar antes de entrar lo que se va a ver, buscar asiento, los anuncios, los trailers, la cena o copa de después para comentar o destripar lo visto, todo. Hubo un tiempo en que no pasaba tres días seguidos sin ir. Pero de un tiempo a esta parte ir al cine se ha convertido para mí en sinónimo de pagar para sufrir.
La gente hace tiempo que ha dejado de ser civilizada en esto, como en tantas otras cosas. Van al cine como quien se planta en el salón de su casa, comentando todo a grito pelado como si estuviesen solos en el mundo; te dan rítmicas pataditas en el asiento; comen auténticos banquetes de porquerías malolientes y ruidosas (en la última que fui a ver había un fulano comiendo nachos con queso, así como suena). Mi hermano dice que las palomitas son un producto diseñado a medida para estropearte la película: "hacen ruido, huelen, crujen en el suelo y si pudiesen lograrlo los fabricantes, brillarían en la oscuridad".
Nadie respeta ya nada. Muchos padres insensatos llevan a niños pequeños a ver lo que en realidad les apetece ver a ellos (he visto cosas que no creeríais..., como un niño de seis años con su padre en Kill Bill). Si la peli les aburre, pues se saca el móvil y a jugar. Hace unos meses fui a una peli en la que un grupo de adolescentes se sacaban fotos con los móviles a intervalos regulares, porque la película les aburría y fuera hacía demasiado calor.
El precio de la entrada es lo de menos. Algunos como yo hemos dejado de ir precisamente porque NOS GUSTA EL CINE y queremos recordarlo como era antes, una experiencia placentera a la que se iba a disfrutar. Ahora si quiero ver alguna prefiero esperar; ya habrá alguien que me la pase, me la compraré en dvd o la echarán en la tele, y la veré tranquila y silenciosamente en el salón de mi casa sin palomitas, gañanes ni niños. O eso, o aprovecho un viaje a un país que sí sea civilizado y voy al cine allí.
He oído que en Madrid han abierto unas salas en las que el precio de la entrada era más alto que la media, pero en las que los asientos son más cómodos, el aforo es muy bajo y se prohíbe tajantemente comer o hablar. Cine para cinéfilos, vaya. Pero los que tenemos como única opción un multicine supermoderno lo tenemos claro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

I agree with you about these. Well someday Ill create a blog to compete you! lolz.